10º Aniversario del Desastre del Prestige

Ya han pasado 10 años desde lo que se convirtió en una de las mayores catástrofes ambientales ocurridas en España. Afectó a 2.600 kilómetros de costa y tuvo un coste económico que rondó los 4.000 millones de euros. En las costas de Galicia las heridas parecen cerradas. El mar todo lo limpia, o al menos, lo oculta a la vista. Sin embargo, aquella marea negra tiñó para siempre el recuerdo de miles de habitantes de una de las costas más salvajes y mejor conservadas de Europa.


Sin embargo, el hecho de que la costa gallega sea tan batida ayudó a reducir los daños a largo plazo, que persistieron menos tiempo que en otros vertidos de crudo, como el del 'Exxon Valdez' en Alaska, por ejemplo. Los propios expertos del Comité Científico Asesor aseguran que a partir del quinto o sexto año no quedó ningún efecto sobre los ecosistemas marinos. «Efectos crónicos no quedaron. Se podría decir que el efecto del 'Prestige' ha desaparecido de la costa en un 99%», asegura Urgorri.
Pero las consecuencias de la exposición al chapapote sobre la salud humana apenas han sido estudiadas. Ni la administración ni el sistema de salud pública se han ocupado nunca de hacer un seguimiento a los habitantes de las poblaciones locales que sufrieron el vertido. Ni uno solo de las decenas de miles de voluntarios que limpiaron con sus propias manos el chapapote, y cuyo olor nunca podrán olvidar, ha recibido jamás la oferta de un chequeo en su centro de salud para comprobar que su salud no se vio comprometida.

«Cuando todo parece que no puede ser más negro, surge lo mejor del ser humano», dice Xosé Sánchez, presidente de la plataforma Nunca Máis. Y casi todo el mundo en estas costas coincide con su veredicto, aunque el de la Justicia se esté haciendo esperar. Del 'Prestige' quedaron dos aspectos muy positivos. Uno fue la obligación para los barcos que crucen las aguas territoriales españolas de tener doble casco —al contrario que el 'Prestige', que sólo contaba con la protección de uno—. Pero también supuso un éxito rotundo de la sociedad civil ante la pasividad de las administraciones. En tiempos en los que se había bautizado a la juventud como la Generación del Botellón, el 'Prestige' se hundió frente a las costas de Finisterre dejando tras de sí un movimiento ciudadano de una solidaridad sin precedentes en la sociedad española.
Fuente: El Mundo
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